Como respuesta a la entrevista realizada al exministro Andrés Velasco, cabe realizar algunas reflexiones a las interpretaciones que varios han realizado de ella, en específico acerca de su aseveración de que el centro político también requiere emotividad (y no solo los populismos).

Por cierto, no pretendo -ni puedo- hablar por el entrevistado, solo me limitaré a temas que me parecen están siendo mal deducidos, sobre todo, si lo que se busca que el centro político se resitúe como un referente confiable para gobernar con propósito de bien común.

En tiempos postmodernos, es muy evidente que estamos imbuido en un sistema político que ha sido eclipsado por las emociones, el cual ha desplazado a la razón. Esto se explica por múltiples causas, en especial porque en tiempos de la modernidad se instauró en las democracias liberales una concepción mayoritaria de individuos materialistas con fines utilitaristas, restringiendo en lo público la dimensión espiritual y trascendente del ser humano. Iniciando un proceso de desvarío del individuo en Occidente que lo lleva por un camino hacia el sin sentido de la política.

Detrás del fenómeno populista habría una reacción a ese materialismo utilitarista, pero sin un cimiento desde la razón. Es decir, la postmodernidad está en un constructo amorfo que ha ido vaciando a la política de contenidos mediante la simplificación de mensajes, desautorización de las instituciones y sus mandatos, y estableciendo objetivos circunstanciales según percepciones momentáneas. En definitiva, estamos en momentos de interpretación y/o manipular de las emociones. La comunicación política lo sabe y lo explota para la eficacia de sus campañas electorales.

En efecto, las emociones son las que posiblemente expliquen la conexión que establecen los líderes populistas con sus audiencias, es decir, se ha hecho habitual que el sostén político de las campañas sea sintonizar las propuestas según lo que las personas quieren oír a través del corazón, sin importar la factibilidad de las políticas.

Al respecto, me atrevería a sostener que el centro político no se ha erosionado por la falta de emoción en su relato, sino por la carencia de contenido de sus ideas. Algo que también advirtió Andrés Velasco en su entrevista.

Las propuestas programáticas y la conducción de los gobiernos centristas tanto en Europa (Francia actualmente), como en Latinoamérica (el ejemplo de la propia exConcertación) se ha ido diluyendo en conflictos de intereses. Es decir, el centro se percibe como un bloque al servicio de establishment, muy comprometido con intereses “facticos” o corporativos, lo que tiende a que los electores no lo perciban como un actor racional, sino más bien pragmático e interesado.

En ese sentido, el centro político, necesario para dar gobernabilidad y responsabilidad a la política, requiere renovar sus ideas con sustento en un justo orden según las necesidades actuales, lo que recién permitiría levantar un ideario al cual insertar una emoción creíble, es decir, se requiere de liderazgos coherentes entre lo que dicen y hacen, ya que solo así se presenta como creíble las complejidades que exhiben las reformas impulsadas.

En consecuencia, lo fundamental es que los actores políticos de centro sean reconocidos por su afán de bien común sustentado en principios y valores, siendo lo peor para la sociedad en su conjunto que el centro político entre en la disputa de las emociones con los populismos como nueva estrategia política, ya que ello posiblemente obtenga el resultado de un triunfo del populismo en todo el espectro político.

Jaime Abedrapo

Director del Centro de Derecho Público y Sociedad, Univeridad San Sebastián

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